La construcción del metro elevado en Bogotá ha generado controversia debido a la masiva tala de árboles que conlleva.
Desde la avenida Caracas hasta la Primera de Mayo, se ha iniciado una intensa actividad nocturna para evitar el escrutinio diurno, evidenciando un proceso que transformará el paisaje urbano de la ciudad. Esta obra, largamente debatida en términos de infraestructura, ha dejado en segundo plano los impactos ambientales y sociales que acarreará.
Las grandes obras de infraestructura suelen tener repercusiones ambientales significativas, un fenómeno que no es exclusivo de Bogotá.
En otras ciudades como Medellín, la expansión del metro también ha generado debates similares sobre la tala masiva de árboles y sus efectos en la comunidad local y el entorno ecológico. En el caso de Bogotá, la ejecución del metro elevado está llevando consigo la pérdida de áreas verdes cruciales para el equilibrio ambiental y la calidad de vida urbana.
Los impactos inmediatos y a largo plazo de esta obra son preocupantes. Además de la reducción del espacio público y la alteración del paisaje urbano, se prevé un incremento en la contaminación del aire debido a la eliminación de árboles, que son cruciales para absorber CO2 y reducir la polución.
La respuesta oficial ante estas preocupaciones ha sido un plan de compensación económica y la promesa de replantar árboles en etapas posteriores del proyecto, aunque sin considerar plenamente las necesidades de las economías informales y las comunidades afectadas.
La falta de transparencia y de un plan claro de reforestación por parte de las autoridades ha generado incertidumbre entre los ciudadanos.
Es crucial que se implementen medidas de vigilancia y control efectivas para mitigar los impactos negativos y garantizar un desarrollo urbano sostenible en Bogotá.